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Presentación
El incremento de las enfermedades crónico–degenerativas está minando los recursos destinados a la salud en diversas naciones. México no escapa a ello y, como otros países, experimenta una transición epidemiológica y nutricional; si bien en algunas zonas geográficas han mejorado algunos parámetros relativos a la desnutrición padecida por décadas, esto aún no desaparece y todavía existen, especialmente en zonas rurales del sur, una alta prevalencia de anemia, deficiencias vitamínicas y tallas bajas. Por otra parte, también se ha incrementado la incidencia de cardiopatía coronaria (infartos del miocardio) y otras enfermedades cardiovasculares que se suponía que eran un marcador de presentación en países desarrollados, pero que en México afectan por igual, independientemente del estrato social o económico, aunque es más sufrido por los que menos tienen, ya que también tienen menos acceso a la atención médica. La causa más común de esas enfermedades del corazón y los vasos sanguíneos es la aterosclerosis, que consiste en depósitos de lípidos (grasas), favorecidos por aumento en la sangre de las concentraciones de dichos lípidos. Al incremento de los niveles de lípidos se le conoce como hiperlipidemia o dislipidemia, las cuales se pueden detectar al medir los niveles de dichas grasas.
En México no se cuenta con estadísticas precisas acerca de la frecuencia de dislipidemias, pero cuando se han efectuado mediciones en varias series se ha encontrado que son muy frecuentes; las cifras varían desde 30 a 40% en promedio para el colesterol hasta casi 70% para la elevación de los triglicéridos y el aumento del colesterol HDL (colesterol “bueno”); aunque estas elevaciones se pueden presentar en personas por lo demás “sanas”, son más prevalentes cuando se asocian con afecciones como la diabetes mellitus, la hipertensión arterial y en especial la obesidad. Con base en esto, puede ser válido extrapolar la sospecha de hiperlipidemias cuando los sujetos tienen obesidad, ya que se cuenta con encuestas confiables al respecto y se ha demostrado una correlación estrecha entre ambas, ya que es aproximadamente cuatro veces mas probable encontrar a un sujeto sin dislipidemia cuando tiene peso normal que cuando presenta obesidad, y es cuatro veces más común encontrar alteración en los lípidos en obesos comparados con sujetos sanos.
Por otra parte, lamentablemente para las personas con obesidad, existe un incremento notable en la posibilidad de tener diabetes e hipertensión arterial; estas alteraciones pueden ocurrir desde la infancia o la adolescencia, máxime que, según los datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición efectuada en 2006, se apreció que en los últimos años la población mexicana experimentó un incremento sin precedentes en la prevalencia de sobrepeso y obesidad. Por ejemplo, en el lapso de 1988 a 1999 (en tan sólo 11 años) la obesidad en mujeres de 20 a 40 años de edad aumentó de 9.5 a 24.8% (15.4 puntos porcentuales), y el sobrepeso pasó de 25 a 36.1% (11 pp). En 2006 la prevalencia de obesidad alcanzó 32.4%, y las últimas cifras que analizan la prevalencia de sobrepeso y obesidad en mujeres de 20 a 49 años de edad es de casi 70%. La frecuencia es más alta en ambos sexos de las poblaciones urbanas. Con base en la medición de la circunferencia abdominal, la prevalencia de sobrepeso y obesidad fue de 83.6% para las mujeres y de 63.8% para los hombres, y se estima que, si se mantiene esa tendencia, dentro de 10 años 90% de los adultos mexicanos tendrán sobrepeso u obesidad. Aun sin esto, México se posiciona entre los países del mundo con más obesidad.
El resurgimiento del sobrepeso y la obesidad ha sido favorecido en parte por una modificación en los hábitos dietéticos, donde se ha visto una reducción del consumo de verduras y frutas, con incremento en la ingestión de alimentos industrializados con amplio valor calórico y contenido de grasas; también se ha constatado una disminución considerable en el tiempo dedicado a realizar alguna actividad física; por otro lado, en un sentido autocrítico, hay que reconocer que los profesionales de la salud han fallado al no poder transmitirles a sus pacientes y a la sociedad la gravedad de la problemática y las acciones preventivas de mayor alcance; es notoria también la indolencia de las autoridades encargadas de planear estrategias de salud más eficaces, pues apenas recientemente mostraron señales de querer abordar el problema con más empeño.
Se pretende que publicaciones como la presente contribuyan a que el lector se familiarice con definiciones, conceptos básicos de las alteraciones lipídicas y el impacto de ellas en el desarrollo de enfermedades, en particular de las cardiovasculares, y las asociaciones entre los niveles altos de grasas y otras afecciones, como la obesidad, la diabetes y la hipertensión arterial; asimismo, se pretende ampliar la perspectiva en el manejo al considerar cambios en el estilo de vida, que incluyan hacer ejercicio, y tener un enfoque multidisciplinario. Sin duda, es un acierto incluir un programa dietético, pues seguramente es el más importante como estrategia inicial. Dicho programa lo debe elaborar un especialista en nutrición, lo que no obsta para que se presente de forma sencilla y entendible, pero muy profesional, algo que seguramente será de gran utilidad para los lectores. La información sobre estrategias farmacológicas servirán de orientación al público, pero siempre deberán ser consultadas y avaladas por el médico tratante.
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